Intervención de Diana Márquez en la Jornada Ley de Víctimas y Reforma del Código Penal. La Plata, 14 de agosto de 2019

Pertenezco a la Asociación Pensamiento Penal APP, pero esta exposición la realizo en nombre de una de sus ramas, llamada Víctimas por la Paz.

Víctimas por la Paz somos un grupo formado en un comienzo por víctimas de distintos delitos y de diversa gravedad. Hoy tenemos víctimas, ofensores, personas privadas de la libertad, y personas de diversos campos del conocimiento. A todos nos aúna la mirada sobre la convivencia, y el mejoramiento de la sociedad por la vía pacífica.

Destaco que el movimiento, VxP, surge desde afuera del sistema jurídico y no desde adentro. Este es un punto fuerte para nosotros. Los movimientos de reforma, en general, en el sistema legal, son ideados, diseñados y producidos por “expertos” jurídicos. Y esta lógica del experto, que dice cómo tienen que avanzar los cambios y las modificaciones, es todo lo contrario a la lógica de un grupo de personas que sufrieron delitos de diversa gravedad y que deciden reaccionar de manera contracultural. Esto es convertir el dolor y la frustración en acciones positivas, rechazando la idea de que el mejor modo de afrontar los conflictos se encuentre, por ejemplo, y únicamente, en el endurecimiento de la ley penal. Estamos convencidos de que la paz social se construye promoviendo la convivencia y la integración, y que el odio o el rencor solo profundizan la violencia.

Nuestro propósito es compatible con la acción de la justicia. No buscamos confrontar con otras víctimas, las que entienden que la solución de los problemas se encuentra, por ejemplo, en el aumento de la prisión. Por el contrario, las distintas visiones de un mismo fenómeno hacen a la diversidad y son parte del pluralismo que debe existir en una sociedad democrática.

Nuestro objetivo es instalar en la opinión pública y en el conocimiento de las autoridades que el concepto de víctima es amplio y remite a un abanico de personas y actitudes frente al delito. Lo que demuestra que también habemos víctimas dispuestas a contribuir en la tarea de disminuir los niveles con los que habitualmente se responde a la violencia.

Las dos palabras claves para nosotros son humanizar y armonizar.

Las personas no son un expediente, y necesitamos tener una mirada más abarcadora, que sume otra mirada al esquema tradicional, armonizando ambas líneas.

Para entendernos: pensemos en una víctima a la que no le alcanzó con que el victimario estuviera preso para estar satisfecha y tranquila. Es una víctima que necesita algo más, porque no está conforme. Es una víctima que necesita tener una respuesta más importante que la que da el sistema judicial. Necesita una respuesta emocional, espiritual, psicológica, trascendente, humana, que no va a encontrar habitualmente en las vías tradicionales de la Justicia. Es un tipo de justicia que existe y que se necesita, pero que por ahora, no está dentro del sistema. Porque asiste a víctimas que piden más, que piden otras cosas, como un encuentro, un pedido de perdón, o una restauración económica o simbólica, que permite re humanizar al ofensor dentro de la víctima y le permite al ofensor re humanizarse a su vez.

Debemos tener en claro que cada víctima tiene derecho a sentir y reaccionar ante el delito como pueda.

Ahora bien, la idea de que se acerquen las víctimas al sistema genera controversias, por este prejuicio de que si acercamos a la víctima, se podría generar un espacio vindicativo. Porque hay una idea establecida de “víctima” que viene con el slogan “que se pudran en la cárcel”. Bueno, VxP lo destroza totalmente: somos un grupo de personas, que en la superficie y más abajo aún tenemos otra forma de pensar y de actuar y no adscribimos a ese slogan.

Desde dónde hablamos: Desde personas que pueden rebatir el “bueno, pero a vos no te pasó”, y aún más allá, personas que pueden hacerle frente al argumento: “sí, pero te quiero ver qué hacés si te matan un hijo”. La respuesta de nosotros como víctimas ha sido diferente, casi desde una postura revolucionaria en términos del derecho, o del mal llamado sentido común, generando otra dinámica. Aspirando a lograr un espacio de diálogo y de entendimiento.

Pero no se trata de generar solamente el espacio, sino de entender que las víctimas son centrales e importantes en el proceso, y que debemos darles ese lugar central, generando los mecanismos para que eso suceda y no quede solo en un enunciado. Si entendemos la importancia de la víctima como protagonista central, entenderemos cabalmente qué tenemos que hacer.

Para ello vemos la necesidad de utilizar herramientas de mediación, de facilitación de diálogo, de nuevas maneras de comunicación amigable, comprensible y, sobre todo, simples con las víctimas, saliendo de los términos jurídicos tan intrincados, tan herméticos a los que todos estamos habituados y con los que nos sentimos cómodos. Es un desafío para todas las personas que son operadores judiciales y del derecho, el desafío de nuevas formas de comunicación accesible para el común de la gente. Para que los operadores se involucren con las personas/víctimas y no solo con un expediente. Con la mirada sobre lo humano que hay detrás de un expediente.

Nosotros confiamos en que si el sistema acompaña a esa víctima durante el tiempo que duran los procesos de la justicia, terminará siendo una víctima contenida, que ha podido hacer su catarsis, que ha podido expresar sus necesidades, que ha podido hacer otro tipo de reflexión con respecto a cómo continuar su vida, con respecto al delito, con respecto al victimario. Pero para eso tenemos que ayudar a esa víctima, tenemos que acompañarla, tenemos que confiar en que eso que estamos haciendo, va a tener resultados en humanizar y armonizar el sistema.

¿Cómo vamos a incorporar a la víctima al proceso? Esto es un debate; pero para nosotros es tan fácil cómo, tratándola bien, dándole un espacio, viendo qué necesidades tiene. Pero no dándole las riendas del proceso. Eso está fuera de las posibilidades de la víctima. No debemos transformar al proceso penal en un proceso on demand. Pero sí debemos considerar a la víctima como un personaje central que debe tener sobre sí la mirada atenta y bondadosa del sistema.

Para nosotros el poder judicial, debe pensar las prácticas judiciales no solo como mecanismos para cumplir con los estándares normativos, sino como mecanismos para lidiar con conflictos humanos que derivaron en un conflicto penal.

Debemos confiar en las personas-víctimas, entender que pueden y deben protagonizar sus vidas y pueden hacer cosas muy creativas y humanas con su conflicto, con su dolor, con su rabia. Resolverlo, tirar sus propias ideas. Porque cuando confiamos y generamos un espacio de confianza y contención, todo lo que sucede es sanador y da esperanzas en un mundo menos violento.

En nuestra experiencia las víctimas que logran conectar con algo de su humanidad las hace seguir hacia adelante con una mochila mucho menos pesada.

Como dijo Luis Parodi, director de la cárcel uruguaya Punta de Rieles, a quien admiramos profundamente: “Tenés que estar dispuesto a dialogar y a ser cambiado en el diálogo”.

Pero para entender mejor todo esto que les digo, y que desde la teoría llega un momento en que se transforma solo en palabras amontonadas que terminan siendo un fárrago de buenas intenciones vacías, les voy a dar un ejemplo real, del que VXP fue parte y del que estamos muy orgullosos y agradecidos.

Es el caso de nuestra querida Melisa Núñez, su mamá Mercedes y los hermanos Emiliano y Fernando Cañada.

Melisa era una chica de 19 años que vivía en Quequén. Hace cuatro años, a causa de un derrame tóxico de un producto químico que generó un gas llamado fosfina, almacenado en el depósito de Fernando y Emiliano Cañada, Melisa murió. Esto está lleno de detalles, voy a tratar de ser sintética y precisa

Caso mediatizado, en una ciudad pequeña obviamente alcanza dimensiones importantísimas y es tomado por grupos ambientalistas como una bandera, que piden la cabeza de los hermanos Cañada.

La primera calificación delito culposo y la segunda, y por la que se eleva a juicio oral, doloso, con una pena de 8 a 25 años.

Mercedes Fernández, la mamá de Melisa y también víctima a su vez, es correntina y vive en Corrientes. Contrata a abogados de Necochea, que solo le hablan de fojas, investigaciones incomprensibles para ella y de la promesa de muchos años de cárcel para los hermanos Cañada.

El proceso tiene lugar en Necochea. El Poder Judicial está haciendo su tarea, pero con relación a Mercedes Fernández, la víctima, está ausente. Mercedes, ya cansada de viajar y no sentirse representada, decide cambiar de abogado, buscándolo en el Colegio de Abogados de Necochea, en un convenio con Asistencia a la Víctima. Le asignan una abogada y a partir de allí esta abogada escucha las necesidades de Mercedes, entre las que se encuentra encontrarse con los ofensores. Necesita saber la verdad de lo que pasó con su hija sin intermediarios y con la esperanza de poder superar la angustia, el dolor inconmensurable y la desesperanza en la que vive sumida. Necesita una explicación de por qué no está más Melisa.

A su vez, los hermanos Cañada han indemnizado civilmente a otros vecinos que también, en menor grado, fueron víctimas de este derrame tóxico y le piden constantemente a su abogado que facilite un encuentro con Mercedes, a lo que su abogado se niega por los vericuetos mismos del proceso. Con lo cual, también ellos, cambian de abogado.

Llegados a este punto y sabiendo de la existencia de Víctimas por la Paz, nos solicitan que seamos facilitadores de ese encuentro. Yo, en mi carácter de mediadora, facilitadora del dialogo e integrante de VxP accedo a concretar ese encuentro.

Me aboco a lograr un espacio de confianza, a escuchar, a no juzgar y a intentar que cada uno de los actores, de los protagonistas, relate los hechos o expongan su dolor o formulen sus preguntas.

Fernando Cañada relató pormenorizadamente los hechos de ese infausto día. Contó con lujo de detalles cada pequeña acción, cada segundo de la cadena de hechos desafortunados que derivaron en la muerte de Melisa, mostrando que nunca hubo la más mínima intención de hacer daño.

Mercedes se encargó de contarles todo lo que faltaba en el mundo con la ausencia de Melisa.

El encuentro duró 4 horas y fue de una emotividad superlativa. Aunque eso sea secundario. Porque lo principal es que para Mercedes, fue una respuesta a su dolor, a su necesidad de entender lo inentendible. Para Fernando y Emiliano fue poder liberar de su alma el peso de explicar a una madre la muerte de su hija, de demostrarle que no habían tenido ninguna intención en provocarla y que les carcomía el espíritu cada día.

Ellos desde el minuto uno se hicieron responsables de su actuar culposo y le pidieron perdón.

Mercedes no se sentía con la capacidad de darles un perdón, pero sí que no quería que fueran procesados por un delito doloso. No significaba nada para ella que fueran 8 o 25 años a la cárcel. Mercedes, en este encuentro, al que llamamos restaurativo, pudo sanar un poco su dolor y darle a la memoria de su hija lo que ella entendía por justicia. Y que no era la severidad de la pena por un delito doloso.

Luego de ese encuentro se hizo el juicio oral y los hermanos Cañada fueron condenados por delito culposo. Hoy cumplen condena domiciliaria.

En enero de este año, como parte del acuerdo restaurativo, se inauguró en la plaza de Quequén un espacio en memoria de Melisa y de las demás víctimas del derrame tóxico. Se llama Paseo de la Paz.

Los hermanos Cañada y Mercedes han logrado generar un vínculo que los mantiene en contacto permanente. Hoy pertenecen a VxP.

Quiero decirles, por último, que hay muchos más caminos para recorrer y acompañar a las víctimas.

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